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Subject: Fwd: Pablo Victoria: FAVOR LEER ESTE
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De: Pablo Victoria < pablovictoria@gmail.com> Fecha:
12 de enero de 2013 19:45:57 GMT+01:00 Para:
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Date: Wed, 9 Jan 2013 12:32:31 +0100 Subject: Fwd: : INCREIBLEMENTE
INTERESEANTE!! POR FAVOR LEE ESTE ARTICULO From: copregod@gmail.comTo:
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INCREIBLEMENTE INTERESEANTE!! POR FAVOR LEE ESTE ARTICULO To:
EDNA
----- Mensaje reenviado
----- verdaderamente increible. FELIZ NAVIDAD Y AÑO
NUEVO
Subject: Rv: INCREIBLEMENTE
INTERESEANTE!! POR FAVOR LEE ESTE ARTICULO
-
¡¡FELIZ AÑO NUEVO A
TODOS!!
La revista
Newsweek sorprendió a propios y extraños con una
publicación en la que el protagonista es un
prestigiado neurocirujano al cual le tocó vivir una
de esas experiencias en
las que la ciencia suele ser muy hermética y
escéptica, una historia por demás interesante de
principio a fin...
lunes, 3 de diciembre de
2012
El cielo
es real.
Introducción: La
famosa revista Newsweek sorprendió a muchos en su
edición de Octubre 2012 con una portada y un titular
impactante: "El cielo es real - La experiencia de un
Doctor en el más allá". La revista publica un
artículo escrito por un prestigioso neurocirujano
estadounidense que luego de haber vivido una
Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), asegura haber
visto y viajado al más allá. Presentamos a
continuación la traducción completa de la nota de
Newsweek.
Como neurocirujano,
yo no creía en el fenómeno de las experiencias
cercanas a la muerte. Hijo de un neurocirujano,
crecí en un mundo científico. He seguido el camino
de mi padre y me convertí en un neurocirujano
académico, enseñando en Harvard Medical School y
otras universidades. Entiendo lo que ocurre en el
cerebro cuando las personas están a punto de morir,
y siempre había creído que había una buena
explicación científica para los viajes celestiales
fuera del cuerpo, descritos por aquellos que
escapaban a la muerte por poco.
El cerebro es
un mecanismo sorprendentemente sofisticado pero
extremadamente delicado. Si se reduce la cantidad de
oxígeno que recibe, así sea la cantidad más pequeña,
este reaccionará. No era una gran sorpresa que las
personas que habían sufrido un traumatismo grave
regresaran de sus experiencias con historias
extrañas. Pero eso no significaba que habían viajado
a algún lugar real.
Aunque me consideraba un
creyente cristiano, era más de título que de
creencia real. No me molestaban los que querían
creer que Jesús era más que simplemente un buen
hombre que había sufrido a manos del mundo.
Simpatizaba profundamente con aquellos que querían
creer que había un Dios en alguna parte ahí fuera
que nos amaba incondicionalmente. De hecho,
envidiaba a esas personas la seguridad que esas
creencias sin duda les proporcionaban. Pero como
científico, simplemente creía que era incorrecto
creer en eso.
En el otoño de 2008, sin
embargo, después de siete días en un estado de coma
en el que se inactivó la parte humana de mi cerebro,
el neocórtex, experimenté algo tan profundo que me
dio una razón científica para creer en la conciencia
después de la muerte.
Se cómo
pronunciamientos como el mío les suenan a los
escépticos, así que voy a contar mi historia con la
lógica y el lenguaje del científico que
soy.
Muy temprano por la mañana, hace cuatro
años, me desperté con un dolor de cabeza muy
intenso. En cuestión de horas, mi corteza entera -
toda la parte del cerebro que controla el
pensamiento y la emoción, y que en esencia que nos
hace humanos - se había apagado. Los médicos del
Hospital General de Lynchburg en Virginia, un
hospital donde yo mismo trabajaba como
neurocirujano, determinaron que de alguna manera
había contraído una meningitis bacteriana muy poco
frecuente que ataca sobre todo a los recién nacidos.
Bacterias de e. coli habían penetrado en mi líquido
cefalorraquídeo y estaban comiendo mi
cerebro.
Cuando entré en la sala de
emergencias aquella mañana, mis posibilidades de
supervivencia en algo más que un estado vegetativo
ya eran bajas. Pronto estas posibilidades cayeron a
casi nulas. Durante siete días estuve en un coma
profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones
cerebrales superiores totalmente fuera de
línea.
Luego, en la mañana de mi séptimo día
en el hospital, mientras mis médicos consideraban si
se suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de
golpe.
No hay una explicación científica para
el hecho de que mientras mi cuerpo estaba en estado
de coma, mi mente - mi conciencia, mi yo interior -
estaba viva y bien. Mientras las neuronas de mi
corteza cerebral fueron aturdidas hasta su total
inactividad por las bacterias que las habían
atacado, mi conciencia liberada del cerebro había
viajado a una diferente y mayor dimensión del
universo: una dimensión que nunca había soñado que
podía existir, y que mi viejo yo previo al coma
hubiera estado más que feliz explicando que se
trataba de una simple imposibilidad.
Pero esa
dimensión, a grandes rasgos, la misma que describen
incontables personas que han vivido experiencias
cercanas a la muerte u otros estados místicos, está
allí. Existe, y lo que vi y aprendí allí me ha
puesto literalmente en un mundo nuevo: un mundo en
el que somos mucho más que nuestros cerebros y
cuerpos, y donde la muerte no es el final de la
conciencia, sino más bien un capítulo de un vasto e
incalculablemente positivo viaje.
No soy la
primera persona en tener evidencia de que la
conciencia existe más allá del cuerpo. Breves y
maravillosos destellos de este reino son tan
antiguos como la historia humana. Pero hasta donde
yo sé, nadie antes que yo haya viajado alguna vez a
esta dimensión (a), mientras su corteza estaba
completamente apagada, y (b), mientras que su cuerpo
estaba bajo observación médica al minuto, como lo
estuvo mi cuerpo durante los siete días completos de
mi estado de coma.
Todos los argumentos
principales en contra de las experiencias cercanas a
la muerte sugieren que estas experiencias son el
resultado de un mínimo, transitorio, o parcial mal
funcionamiento de la corteza cerebral. Sin embargo,
mi experiencia cercana a la muerte no tuvo lugar
mientras mi corteza estaba funcionando mal, sino
mientras estaba simplemente apagada. Esto se
desprende claramente de la gravedad y la duración de
mi meningitis, y de la complicación cortical global
documentada por los escaneos TC y exámenes
neurológicos. Según el conocimiento médico actual
sobre el cerebro y la mente, no hay absolutamente
ninguna manera de que yo pudiera haber experimentado
ni siquiera una conciencia débil y limitada durante
mi tiempo en el estado de coma, y mucho menos la
odisea híper vívida y completamente coherente que
experimenté.
Me tomó meses aceptar lo que me
pasó. No sólo la imposibilidad médica de que había
estado consciente durante mi coma, pero más
importante aún, las cosas que sucedieron durante ese
tiempo. Hacia el comienzo de mi aventura, yo estaba
en un lugar de nubes. Grandes, esponjosas, de color
rosa-blanco, que se presentaron nítidamente en
contraste con el profundo cielo
negro-azul.
Más alto que las nubes,
inconmensurablemente más alto, una multitud de seres
transparentes y brillantes se movían trazando arcos
por el cielo, dejando largos trazos como serpentinas
detrás de ellos.
¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas
palabras las registré más tarde, cuando estaba
escribiendo mis recuerdos. Pero ninguna de estas
palabras hace justicia a estos seres, que eran,
sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido
en este planeta. Eran más avanzados. Formas
superiores.
Un sonido, enorme y retumbante
como un canto glorioso, descendió desde lo alto, y
me pregunté si los seres alados lo estaban
produciendo. Nuevamente, pensando en ello más tarde,
se me ocurrió que la alegría de estas criaturas
mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir
este sonido, y que si la alegría no salía de ellos
de esta manera entonces simplemente no serían
capaces de contenerla. El sonido era palpable y casi
material, como una lluvia que se puede sentir en tu
piel, pero que no te moja.
Ver y escuchar no
estaban separados en este lugar donde ahora estaba.
Podía escuchar la belleza visual de los cuerpos
plateados de esos seres brillantes que estaban
arriba, y pude ver la perfección creciente, alegre
de lo que cantaban. Parecía que no se podía ver o
escuchar ninguna cosa en este mundo sin volverse
parte de ella, sin unirse con ello de alguna forma
misteriosa. Una vez más, desde mi perspectiva
presente, me permito sugerir que no se podría mirar
?hacia? nada en ese mundo en absoluto, porque la
palabra "hacia" en sí misma implica una separación
que allí no existía. Cada cosa era distinta, pero
cada cosa era también una parte de todo lo demás, al
igual que los diseños ricos y entremezclados en una
alfombra persa ... o en el ala de una
mariposa.
Se vuelve más extraño aún. Durante
la mayor parte de mi viaje, alguien más estaba
conmigo. Una mujer. Ella era joven, y me acuerdo de
cómo era en detalle. Tenía los pómulos altos y ojos
profundamente azules. Trenzas doradas enmarcaban su
hermoso rostro. La primera vez que la vi, estábamos
juntos cabalgando sobre una superficie con un
intrincado patrón, que después de un momento me di
cuenta que era el ala de una mariposa. De hecho,
millones de mariposas estaban alrededor de nosotros,
enormes y agitadas olas de ellas, que se zambullían
en un bosque y volvían de nuevo a nuestro alrededor.
Era un río de vida y color, moviéndose a través del
aire. La vestimenta de la mujer era simple, como la
de un campesino, pero sus colores en polvo azul,
índigo y pastel de naranja-durazno tenían la misma
abrumadora y súper vívida vitalidad que todo lo
demás. Ella me miró con una mirada que, si la vieras
durante cinco segundos, haría que tu vida entera
hasta ese punto valiera la pena, sin importar lo que
haya ocurrido en ella hasta ahora. No era una mirada
romántica. No era una mirada de amistad. Era una
mirada que de alguna manera estaba más allá de todo
esto, más allá de todos los diferentes tipos de amor
que tenemos aquí en la tierra. Era algo superior,
que contenía todos estos tipos de amor en si mismo,
mientras al mismo tiempo era mucho mayor que todos
ellos.
Sin pronunciar una sola palabra,
ella me habló. El mensaje me atravesó como un
viento, y al instante comprendí que era cierto. Lo
supe de la misma manera en que supe que el mundo que
nos rodeaba era real, no era una fantasía pasajera e
insustancial.
El mensaje tenía tres partes, y
si tuviera que traducirlas al lenguaje terrenal,
sería algo como esto:
"Ustedes son amados y
apreciados, muchísimo y para siempre."
"No
tienes nada que temer."
"No hay nada que
puedas hacer el mal."
El mensaje me inundó
con una inmensa y loca sensación de alivio. Era como
si me hubieran entregado las reglas de un juego al
que había estado jugando toda mi vida sin nunca
haberlo comprendido plenamente.
"Te vamos a
mostrar muchas cosas aquí", dijo la mujer, una vez
más, sin llegar a utilizar estas palabras, sino
transmitiéndome directamente su esencia conceptual.
"Pero eventualmente vas a regresar".
Para
ello, sólo tenía una pregunta.
¿Regresar a
dónde?
Un viento cálido soplaba, como los que
surgen en los días más perfectos de verano,
sacudiendo las hojas de los árboles y fluyendo como
agua celestial. Una brisa divina. Esto cambió todo,
transformando el mundo a mi alrededor en una octava
incluso más alta, una vibración más alta.
A
pesar de que aun tenía una pequeña función del
lenguaje, al menos la idea que tenemos de él en la
Tierra, sin decir palabras comencé a formular
preguntas a este viento, y al ser divino que sentía
que trabajaba detrás de él o dentro de
él.
¿Dónde está este lugar? ¿Quién soy
yo? ¿Por qué estoy aquí?
Cada vez que
expresé silenciosamente una de estas preguntas, la
respuestas llegaron inmediatamente, en una explosión
de luz, color, amor y belleza que soplaba a través
de mí como una ola rompiendo. Lo más importante de
estas explosiones es que no callaban mis preguntas
abrumándolas. Respondían a las preguntas, pero de
una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los
pensamientos me entraban directamente. Pero no era
pensamiento como lo experimentamos en la Tierra. No
era vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos
eran sólidos e inmediatos, más calientes que el
fuego y más húmedos que el agua, y mientras los
recibía era capaz de comprender al instante y sin
esfuerzo conceptos que me habría llevado años
comprender plenamente en mi vida
terrenal.
Seguí avanzando y me encontré
ingresando en un inmenso vacío, completamente
oscuro, infinito en tamaño, pero también
infinitamente reconfortante. Era profundamente negro
pero a la vez rebosante de luz: una luz que parecía
venir de un orbe brillante que ahora sentía más
cerca de mí. El orbe era una especie de ?intérprete?
entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba. Era
como si yo estuviera naciendo a un mundo más grande,
y el propio universo era como un útero cósmico
gigante y el orbe (que sentí estaba conectado de
alguna manera con, o incluso era idéntico a la mujer
sobre el ala de la mariposa) fue guiándome a través
de él.
Más tarde, cuando volví, me encontré
con una cita del Siglo XVII, del poeta cristiano
Henry Vaughan, que estuvo muy cerca de describir
este lugar mágico, este núcleo vasto y negro como
tinta, que era el hogar de la misma
Divinidad.
?Hay, dicen algunos, en Dios,
una oscuridad profunda pero
deslumbrante?.
Eso era exactamente: una negra
oscuridad que también estaba rebosante de
luz.
Sé muy bien cuan extraordinario, cuan
francamente increíble, todo esto suena. Si alguien,
incluso un médico, me hubiera contado una historia
como ésta en los viejos tiempos, hubiera estado
bastante seguro de que estaba bajo el hechizo de
algún delirio. Pero lo que me pasó fue, lejos de ser
delirante, tan real o más real que cualquier otro
acontecimiento en mi vida. Eso incluye el día de mi
boda y el nacimiento de mis dos hijos.
Lo que
me pasó exige una explicación.
La física
moderna nos dice que el universo es una unidad que
es indivisible. Aunque parece que vivimos en un
mundo de separación y diferencia, la física nos dice
que debajo de la superficie, cada objeto y
acontecimiento en el universo está completamente
entretejido con todos los demás objetos y eventos.
No hay verdadera separación.
Antes de mi
experiencia de estas ideas eran abstracciones. Hoy
son realidades. El universo no sólo está definido
por la unidad, sino también, ahora lo sé, definido
por el amor. El universo como lo experimenté en mi
estado de coma es - he descubierto con sorpresa y
alegría- el mismo sobre el cual tanto Einstein y
Jesús habían hablado en sus (muy) diferentes
maneras.
He pasado décadas como neurocirujano
en algunas de las instituciones médicas más
prestigiosas de nuestro país. Sé que muchos de mis
compañeros se aferran, como yo en el pasado, a la
teoría de que el cerebro, y en particular la
corteza, genera la conciencia y de que vivimos en un
universo desprovisto de cualquier tipo de emoción, y
mucho menos del amor incondicional que ahora se que
Dios y el universo tienen hacia nosotros. Pero esa
creencia, esa teoría, ahora yace rota a nuestros
pies. Lo que me pasó la destruyó, y tengo la
intención de pasar el resto de mi vida investigando
la verdadera naturaleza de la conciencia y
difundiendo el hecho de que somos más, mucho más,
que nuestro cerebro físico, lo más claro que pueda,
tanto hacia mis colegas científicos como hacia la
gente en general.
No espero que esto sea una
tarea fácil, por las razones que he descrito
anteriormente. Cuando el castillo de una vieja
teoría científica comienza a mostrar líneas de
falla, al principio nadie quiere prestar atención.
En primer lugar, el antiguo castillo simplemente ha
tomado mucho trabajo para ser construido, y si se
cae, uno completamente nuevo tendrá que ser
construido en su lugar.
Esto lo aprendí de
primera mano después de que estuve lo
suficientemente bien como para volver a salir al
mundo y hablar con otras personas -personas, es
decir, que no sean mi sufrida esposa, Holley, y
nuestros dos hijos-, acerca de lo que me había
pasado. Las miradas de incredulidad cortés,
especialmente entre mis amigos médicos, pronto me
hicieron ver la gran tarea que tendría para que la
gente comprendiera la enormidad de lo que había
visto y experimentado esa semana mientras mi cerebro
estaba apagado.
Uno de los pocos lugares en
los que no tuve problemas para transmitir mi
historia era un lugar que antes de mi experiencia
había visto bastante poco: la iglesia. La primera
vez que entré en una iglesia después de mi coma,
veía todo con ojos nuevos. Los colores de los
vitrales me recordaron la luminosa belleza de los
paisajes que había visto en el mundo de arriba. Las
notas bajas profundas del órgano me recordaron cómo
los pensamientos y emociones en ese mundo son como
olas que se mueven a través de ti. Y, lo más
importante, una pintura de Jesús partiendo el pan
con sus discípulos evocó el mensaje que permanece en
el corazón mismo de mi viaje: que somos amados y
aceptados incondicionalmente por un Dios aun más
grande e insondablemente glorioso que el que me
habían enseñado de niño en la escuela
dominical.
Hoy en día muchos creen que las
verdades espirituales vivas de la religión han
perdido su poder, y que la ciencia, no la fe, es el
camino a la verdad. Antes de mi experiencia tenía
una fuerte sospecha de que ese era el caso para
mí.
Pero ahora entiendo que esta opinión es
demasiado simple. El hecho cierto es que la imagen
materialista del cuerpo y el cerebro como los
productores, en lugar de los vehículos, de la
conciencia humana, está condenada. En su lugar, una
nueva visión de la mente y el cuerpo va a surgir, y
de hecho ya está emergiendo. Este punto de vista es
científico y espiritual en igual medida y valorará
lo que los más grandes científicos de la historia
siempre se han valorado por sobre todo: la
verdad.
Esta nueva imagen de la realidad
tomará mucho tiempo en armarse. No va a estar
terminada en mi tiempo, o incluso, sospecho, tampoco
en el tiempo de mis hijos. De hecho, la realidad es
demasiado vasta, demasiado compleja y demasiado
irreductiblemente misteriosa para que una imagen de
ella alguna vez llegue a estar absolutamente
completa. Pero, en esencia, esta imagen mostrará al
universo en evolución, multidimensional, y conocido
en detalle hasta cada uno de sus últimos átomos por
un Dios que nos cuida mucho más profunda y
apasionadamente que cualquier padre que alguna vez
haya amado a su hijo.
Aun sigo siendo un
doctor, y aun sigo siendo un hombre de ciencia, casi
exactamente igual a como era antes de que tuviera mi
experiencia. Pero en un nivel más profundo soy muy
diferente a la persona que era antes, porque he
podido vislumbrar esta imagen de la realidad que
está surgiendo. Y puedes creerme cuando te digo que
va a valer la pena cada pequeño paso de la labor que
nos llevará, y a los que vienen después de nosotros,
para llegar a comprenderla bien.
Dr.
Eben Alexander, The Daily Beast, 08 de Octubre
2012
Fuente original: http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-of-heaven-a-doctor-s-experience-with-the-afterlife.html Traducción:
Sebastián Alberoni
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-- Pablo Victoria B.A., M.A., Ph.D. Economía, M.A.,
Ph.D. Filosofía Ex Senador y Congresista República de
Colombia Mors Mortem Superavit et Surrexit Dominus vere,
Alleluia!
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